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LA CASA IMAGINADA

Sueño con escribir un libro en el que el personaje principal sea una casa, pero que no sea una historia de fantasía. Ando a la búsqueda de ese edificio que me diga ¡mírame, soy yo!, pero la primera que ha contactado conmigo ha sido mi bici: he pinchado, te dejo colgada, pero ¡date la vuelta, mira: es ella! La casa de Schwimbeck.

Protegida entre los pliegos verdes del Jardín Inglés, en el centro de Múnich, y aun así remota, este antiguo molino se inclina hacia mí con su tejado como peluca de un centenario magistrado inglés y me guiña un ojo. Sí, soy yo. ¿Me reconoces?


Esta casa aparece en una treintena de dibujos de uno de mis ilustradores favoritos, el alemán Fritz Schwimbeck. Profesor de arte de bachillerato, es autor de ilustraciones oscuras fascinantes (que tienes ya seguro en tu cabeza, aunque no lo sepas) y también de un pasado aún más negro, que mejor abordamos cuanto antes.



Tras el final de la segunda guerra mundial, cuando Schwimbeck tenía 56 años, fue acusado de ser “compañero de viaje” (Mitläufer) de los nazis. Así es como se denominó a todos aquellos simpatizantes pasivos, que tuvieron alguna responsabilidad en la red de poder del nacionalsocialismo. En 1933 Schwimbeck se alistó en el partido y estuvo al frente de la comisión nazi de cine en Múnich. Tras la guerra, en los procesos de desnazificación, fue jubilado anticipadamente y retirado de todos sus cargos.


Afortunadamente, Schwimbeck tiene un pasado previo. Él creo la imagen de Drácula encorvado, enjuto, alto, con prendas largas, dedos huesudos rematados por uñas felinas y cuya sombra se refleja sobre la pared mientras sube la escalera en la película Nosferatu (1922, Murnau). Esta fue la primera vez que vimos al conde de la novela Drácula (1897, Bran Stoker) en movimiento y la cinta se considera una obra maestra del género de terror.


Schwimbeck, huérfano de madre a los dos años, débil y a menudo enfermo, creció junto a su padre en un castillo semiabandonado en la localidad de Friedberg, jugando entre los torreones, el foso, las antorchas, las escaleras de piedra, las bóvedas, las ventanas sin cristal y los portones con bisagras imponentes. Estudió arte, dibujo y aprendió por su cuenta la técnica del grabado. Diseñó bellos exlibris para familias ricas de la época, trabajó como profesor y como ilustrador de libros, no sólo de literatura fantástica como Der Golem (1913), de Gustav Meyrink, sino también clásicos como Macbeth, de William Shakespeare.


Fue llamado a filas al estallar la primera guerra mundial, pero le enviaron de vuelta por su precaria salud en 1916.


Muchos de sus grabados están inspirados en parte por su experiencia de la guerra y se oscurecen aún más después de aquellos años. Los edificios se afilan, las casas se encorvan y se burlan, las bóvedas sacan punta, las calles se estrechan, las farolas luchan a pleno pulmón contra una noche inamovible, que solo la luna rompe con el peso de un mal presagio.



Schwimbeck comenzó a producir dibujos y grabados para anuncios, teatros y cines, además de seguir con los libros. Mantenía una estrecha relación con la escena intelectual de Múnich, como Lion Feuchtwanger, Hans Ludwig Held o el mismo Meyrink, entre otros, y comenzó a colaborar con asociaciones de artistas y a florecer como ilustrador.


En su poderosa imaginación se enganchó esta “torre del agua” (nombre original en alemán) con la que se cruzaba en sus paseos por el Jardín Inglés y la representó una treintena de veces en grabados y dibujos, a menudo dándole una personalidad aterradora: los ventanucos como ojos, la ventana de carga cual boca desdentada. A Schwimbeck se le conoce como el maestro de lo extraordinario por saber crear a base de grises representaciones impactantes del miedo, del terror, de la desesperanza, del mundo de los espíritus.


Algunas de las imágenes de esta casa mágica pertenecen a la fabulosa colección Daulton de California. Otras están en el mismo castillo de Friedberg, hoy restaurado tras una inversión de varios millones de euros.


La casa, que hoy es un agradable y sencillo hotel en un rincón privilegiado de este paraíso que late en el centro de Múnich, conserva las tres plantas y la escalera abierta de su estructura del siglo XVIII, con un añadido de los años veinte que tapa “la cara” que Schwimbeck vio en el edificio. Sin embargo, lo más portentoso, su tejado a dos aguas con una desviación inferior del ángulo, sigue pareciendo un gigantesco sombrero de bruja.


*En otoño se publica "En defensa de la imaginación" (Ediciones Nobel), que recibió el Premio Jovellanos de Ensayo 2023.

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