Hace poco visité las vías abandonadas de tren de Steinhausen. En estos tiempos de pandemia, fue al mismo tiempo deprimente y esperanzador. Deprimente porque es un claro ejemplo de cómo el hombre, incluso cuando construye en cemento y hierro, es débil y pasajero. Esperanzador porque la naturaleza reconquista, domina y triunfa. Como escribió el poeta Ralph W. Emerson**, “su secreto es la paciencia”**.
Es la recolonización de lo salvaje.
En este antiguo pueblo levantado alrededor de una fábrica de ladrillos y ahora parte de Múnich, están las cocheras del tren de cercanías de la ciudad (+1 millón de habitantes). Desde lo alto de las torres de cristal cercanas parece una maqueta. Una docena de trenes rojos en paralelo se colocan a distintas alturas, algunos semi escondidos en el edificio cercano de los talleres, donde se revisan a diario y se reparan.
Todo parece orden y modernidad. Pero si uno se fija bien, si tiene curiosidad por ver lo que hay entre A y B, se encuentra un poco más hacia el este con los restos de las antiguas cocheras.
Múnich acaba de estrenar la renovación de Steinhausen, un proyecto que empezó en 2017 y que, a diferencia de muchas de estas obras de infraestructura, se terminó dentro del presupuesto (70 millones de euros) y en plazo esta primavera del coronavirus.
Han ampliado y modernizado las instalaciones para que pueda dar servicio a más trenes, más modernos.
Desde las seis en punto de la mañana desde aquí sale uno de los casi quinientos trenes de la flota cada pocos minutos hacia algún punto de la ciudad.
En las cocheras que se usaron desde el final de la segunda guerra mundial hasta los años setenta, quedan restos de un par de casas y una docena de tramos de vía en paralelo, con cambios de aguja y estación de limpieza totalmente conquistados por álamos, robles, zarzamoras, serbales y multitud de flores silvestres.
Farolas negras y de perfil antiguo vigilan desde arriba que la derrota de lo urbano sea total.
Uno se pregunta cuántos sueños, cuántas preocupaciones, cuántas aspiraciones de alemanes, de inmigrantes españoles, portugueses, turcos, italianos de esos años cincuenta y sesenta, trabajadores del nuevo S-Bahn que aspiraba a mostrar la cara amable y fresca de Alemania con los Juegos Olímpicos de 1972, caerían entre estos raíles. Con el café de medianoche (los extranjeros suelen tener los turnos duros), el de la luz azul del alba, con el cigarrillo del descanso. “Yo ahorro y me vuelvo a mi tierra”. “Me voy a casar con una alemana”. “Mi hijo está a punto de nacer en Alemania”. “Se ha muerto mi padre y no tengo dinero para volver para el entierro”. “Lo primero será comprarme un coche alemán y conducirlo hasta mi pueblo”.
Como ahora caen los míos. “Cuidaos”. “Espero abrazaros pronto”. “Que pase esta pesadilla de una vez”. “Que la vida vuelva a conquistarnos”.
**Ralph W. Emerson es uno de mis poetas favoritos. Me familiaricé con su vida investigando a Friedrich Nietzsche para mi libro Nacidos después de muertos porque él era fan de Emerson.
Nació en 1803 y murió en 1882 en Estados Unidos. También fue ensayista, filósofo y profesor. Tuvo una vida apasionante.
Su ensayo “Naturaleza”, publicado en 1836, es uno de sus trabajos más conocidos. Ahí sientas las bases del trascendentalismo como una forma de vivir la naturaleza de forma plena, sin las distracciones que nos impone la sociedad.
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