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TIJERAS DE PODAR Y PLACER




Descubro con sorpresa y cierto retraso (aquí no hay sorpresa) que los nuevos móviles no traen la conexión para la clavija de los auriculares. Se presupone la conexión vía bluetooth, inalámbrica.

Cuando me liaba con el cable al salir a correr, se me enganchaba con el asiento en el Alsa o me tiraba veinte minutos deshaciendo nuditos, una conexión inalámbrica me habría parecido magia. Pero pocos mensajes automáticos son más inoportunos que el de “batería baja” cuando más necesitas aislarte o escuchar algo.

La jack de los cascos será una de esas cosas que echaremos de menos, como las fotos en papel, los discos o las cartas.

Estas vacaciones me he reencontrado con varias de estas cosas simples. Bajarse del trajín del día a día sirve para observar con más atención, avivar los sentidos, “desemborregarse”.

Una que me dio mucho placer redescubrir son las tijeras de podar: las clásicas, de una mano, con su hoja curva y su resorte.

Estas eran amarillas, con el pico ya decolorado por el óxido y un lazo de cuero para mantenerla cerrada. No recordaba que pudiesen dar tanto gozo.

Decido podar los rosales en el jardín de mi madre. Comienzo por atacar los mochos de las rosas peladas por el excesivo calor y termino en guerra abierta contra las zarzas.

Al principio corto los brotes parásitos que asoman, araneros y capciosos, entre las hojas maduras. Luego comienzo a seguir los tallos rectos verde fluorescente, ensartados entre los brazos arrugados de los pacientes rosales y arrayanes. Y termino, de rodillas y retorcida entre las ramas, rastreando y escarbando para sajar el tentáculo de pinchos con el filo lo más pegado posible a la raíz.

Leo en el blog Jardines sin fronteras de José Elías Bonells, que cuidó los Jardines del Ayuntamiento de Sevilla desde 1956 hasta su jubilación, que “la eliminación de chupones en un buen jardinero es intuitiva”. Esto me reconforta.

El primer placer inesperado es parecido al de comer pipas o rascarse: uno empieza y no puede parar. Corta una y enseguida asoma, presumida y jactanciosa, otra zarza. A veces me da la sensación de que crecen nuevos brazos a medida que yo los cerceno.

Me imagino una raíz gigante bajo el jardín, dolida y burlona, que suelta una risita como el seseo de una cafetera cada vez que yo me pincho o tropiezo al engancharme los bajos del pantalón con una zarza cortada.

Ya inmersa en la tarea, cuando he perdido la sensación de la hora y se me ha enfriado el café sobre una jardinera en barbecho, empiezo a sentir el deleite de estar atajando un problema de raíz.

De creerme que se puede erradicar el problema con la herramienta que yo tengo a mi disposición, unas brillantes y mañosas tijeras de podar que encajan en mi mano como el proyector de telas de araña en la de Spiderman.

Llegar al corazón de lo que te molesta y ¡zas! pegarle un tajo. Espiritualmente más reconfortante que cualquier app de meditación o ‘coaching’ que haya probado esta pandemia.

Pero sin duda el gozo más alto es cuando, ya sudando y con el sabor de mi sangre en la boca por haber succionado varios pinchos de los dedos, medio cuerpo a tierra bajo las ramas más antiguas de los arrayanes, los brazos extendidos, descubro los tallos sajados por mi padre años atrás, secos y descascarillados.

Me quito el guante, ay, una zarza viva aparece de repente y aprovecha la ocasión, pero no puedo evitar el impulso.

Acaricio los tocones de zarza con la punta magullada de mis dedos y siento que estoy construyendo sobre lo que mi padre empezó, que sigo su tarea, su lucha contra las malvadas, irremediables zarzas.

Una sensación de bienestar me invade. Acepto la pérdida de la batalla, la zarza ganará al final, pero la batalla como condición permanente.

Envuelvo los brazos de la tijera entre mis dedos, como lo haría él. Sigo.


*Este texto forma parte de una serie sobre las vacaciones 2022. Si quieres, puedes escribirme en Twitter @bequesada para contarme qué placer inesperado descubriste tú este verano, para decirme qué te ha parecido este texto o cualquier otro del blog, o sencillamente para hablar de libros.

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