Ayer amenazaba tormenta y acudí con escepticismo a la Literaturhaus para escuchar cómo alguien leía en voz alta un relato.
Un audiolibro con esteroides, pensé. Pero es Klaus Mann y esto es Múnich. ¿Qué mejor escenario para escuchar a un autor que su propia ciudad?
A Klaus Mann, hijo de Thomas Mann, nacido en 1906 y muerto por una sobredosis de estupefacientes en 1949 después de llevar una vida iluminada y lastrada a la vez por su gran sensibilidad y los años convulsos que le tocaron, lo conozco bien. Su carné de prensa para cubrir la guerra civil española, fechado en Barcelona, fue el umbral para investigar y escribir Líneas de Fuga**.
Las historias cortas me atraen como las fotografías de autor o los jerséis tejidos a mano: soy consciente de que llevan más trabajo del que aparentan. Parece simple escribir dos, tres, seis folios. Pero hacerlo de forma que se mueva y encaje con la suavidad de un ábaco es un arte que tiene que ver más con repetir, pulir y borrar que con escribir.
A Líneas de Fuga no llegué por Thomas Mann, al que admiro, pero no me cae simpático. Me lancé al océano detrás de ellas, Erika, la hermana de Klaus, y por supuesto Hannah Arendt, que protagoniza la segunda (o primera) parte de la novela. Pero salí de la travesía fascinada con él, el duende Klaus.
Sin embargo, no conocía la historia que se proponía esa noche, Hennessy Tres Estrellas. Busqué en Internet y apenas encontré información.
Llegué entonces con la mente casi virginal al patio trasero de la Casa de la Literatura, una institución que organiza eventos en torno a escritores y libros, por los que cobra y que se llenan rápido.
Yo aún no sabía que ese texto de Mann era un clic perfecto. Tanto por su narrador en primera persona, sin voz omnisciente, sin distancia, como por la disonancia entre el placer de tomar una copa en Nueva York y las noticias de la guerra en Europa.
Entre mantener una rutina de persona cuerda y noticias que te hacen fabular que el mundo se acaba.
Había tumbonas plegables rojas en primera fila, en torno al atril. Bancos detrás para aumentar el aforo. Una barra ofreciendo bebidas anunciadas con caligrafía de colores.
Cuando llegué, veinte minutos antes del inicio, la gente esperaba con aperol, vino y agua gaseosa en mano, charlando sobre el verano, notas escolares (las clases acabarán tres días después) o la incapacidad para recordar de qué historia de Klaus Mann estamos hablando. No había tumbonas libres y apenas quedaban sitios en los bancos.
Todo esto me resultó llamativo: un martes con nubes gruesas, en un verano de tormentas repentinas e iracundas, para escuchar a un escritor frecuente y muerto en la voz de un actor.
Pero la magia estaba por venir y la magia más magia de todas es la magia inesperada.
La historia la narra un hombre solitario que escucha la conversación de dos mujeres en la mesa de al lado. Son dos francesas, una tía y una sobrina, irritadas por alguna diferencia con los estadounidenses, pero a salvo de la guerra en Europa. La más joven es viuda de un piloto abatido por los nazis y su pena la sumerge en la desesperación, al final de la cual ve un túnel que es el fondo de una copa.
Pide un coñac, Hennessy Tres Estrellas, y luego otro, y otro. Hasta hacerse con la botella. Y en su desesperación, con sus gritos y cantos de borracha, acaba alegrando y acercando entre sí al resto de la clientela.
El diálogo es brillante y preciso. Sensible. Inteligente. El relato tiene piernas, brazos, torso, cabeza. Funciona.
Sobre esta base tan bien construida por Mann se levanta esa noche el encantamiento del actor Thiemo Strutzenberger*, miembro del Residenz Theater, el más importantes de esta ciudad de gran solera teatral. Sentado en su taburete, con solo un micrófono, Strutzenberger añadió pausas, acentos, tonos, aceleración y temple, emoción y distancia, risa, canto.
Abracadabra.
Debido a mi oficio, aprecio la palabra bien labrada y reconozco el enorme trabajo que esconde elegir la expresión cristalina, el ritmo adecuado, la imagen fluida, la catarata que desciende sobre la mente del lector y le arrastra.
Sin embargo, en ese momento fui consciente del oficio de la interpretación, del arte de Strutzenberger, que solo con su voz consiguió introducirse bajo la tinta, ajustarse el texto alrededor y ponerlo de pie.
El actor sopló y el relato tomó vida.
*El perfil del actor lo podéis consultar aquí. Por ahora, porque anunciaron que está a punto de dejar Múnich.
**El enlace de la editorial para Líneas de Fuga lo podéis encontrar aquí y en la sección LIBROS de esta web podéis leer las primeras páginas.
***El volcán y El milagro de Madrid son otras dos libros de Klaus (y Erika) en español muy recomendables.
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